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El Inspector y la Falsificación Ibérica

Hace unos días salto a la prensa nacional un importante descubrimiento arqueológico, pero no en un yacimiento sino en la tienda de un anticuario. Aquí entra en juego nuestro sagaz inspector, concretamente el Inspector territorial de arqueología en la provincia de Alicante, un tal J. L. Simón, que tras cerciorarse de su enorme descubrimiento no escatimó en medios a la hora de darle eco a su hallazgo. Con imagen en primera plana, fondo con el logotipo de la Guardia Civil y una serie de declaraciones que rozaba la épica, no dudó en calificar su descubrimiento como un descubrimiento sin parangón. 

Puede ser considerado como una de las obras excepcionales del arte ibérico, decía el audaz inspector, con una calidad excepcional, y posiblemente único a nivel nacional por su temática figurativa. Sin duda, conforme iba avanzando en sus declaraciones ponía las cartas sobre la mesa, demostrando su hondo conocimiento sobre lo que hablaba. En su increscendo épico, nuestro docto inspector no dudó en alumbrarnos con una conclusión lógica: no somos conscientes hoy por hoy del valor que esta pieza va a atener a partir de ahora en cualquier estudio, exposición o itinerario de la cultural español.
Aun no siendo especialista en cultura ibérica, todos confiábamos, incluida la comunidad científica, que sin duda alguna había hecho gala de su competencia asesorándose antes de hacer semejantes declaraciones de un objeto hallado en un anticuario. 
Pues bien, parece ser que nuestro sagaz inspector, J. L. Simón, quiso colgarse una medalla y conseguir sus cinco minutos de gloria ante la prensa, Andy Warhol nos comentaba que todos tenemos ese derecho, realizando un anuncio donde poco más de haber descubierto la clave de la cultura ibérica se ensalzaba a su descubridor, él mismo, en un pedestal que hasta ahora ocupaban figuras como Lord Carnavon o Schliemann. Pero la comunidad científica es inflexible ante la verificación de una hipótesis y lamentablemente para el inspector, antepone el método científico a los cinco minutos de gloria.
Ayer mismo Carmen Aranegui, probablemente una de las mayores especialistas en cultura ibérica de la zona levantina y por extensión de la Península Ibérica, puso seriamente en duda el sagaz descubrimiento. Es probable que no sea un vaso auténtico, aunque Aranegui haciendo gala de la prudencia que no demostró el inspector Simón, advirtió que el friso contiene una serie de motivos decorativos enormemente similares al de otras piezas que finalmente se han demostrado como  falsificaciones en los últimos años. 
La especialista a través de la documentación gráfica facilitada realizó un estudio pormenorizado de todos aquellos detalles que revelan una más que probable falsificación, detalles que sin duda alguna no pasan por alto a ningún experto en la materia. Pero probablemente el comentario de Aranegui que acaba resumiendo todo este caso es: no ha sido peritada por expertos antes de lanzarse a admitir criterios de una sola persona.
Sin duda alguna una noticia de este tipo pone en duda muchas cosas dentro del elemento regulador que debe vigilar por nuestro patrimonio. En primer lugar nuestro inspector, que ostenta nada menos que el puesto de Jefe de Servicio en la sección de Patrimonio, por tanto, arqueólogo que regula quién debe y quién no debe ejercer trabajos arqueológicos. Un regulador que ha demostrado mediante esta sucesión de desdichadas desgracias su total desconocimiento de la cultura ibérica, así como del patrimonio de su propia provincia. ¿Qué confianza nos merece la persona que debe vigilar por nuestro patrimonio si no es capaz de discernir entre una falsificación tan evidente para los especialistas? ¿Debemos descansar tranquilos ante la vigilancia que lleva nuestro audaz inspector? Sin duda alguna uno se revuelve intranquilo en la silla ante semejante caso.