Divulgar, según la RAE, en su primera acepción, significa: «Hacer que un hecho, una noticia, una lengua, un conjunto de conocimientos, etc., llegue a conocimiento de muchas personas.» Y casi tan interesante como la primera acepción es también la segunda: «Hacer que una información secreta o escondida deje de serlo«. En el terreno de la Historia, que es lo que nos trae aquí, parece bastante evidente el reto que se nos plantea, hacer que la Historia llegue a muchas personas, pero es aquí cuando entra en juego la segunda acepción, aquella donde nos invita a que la información secreta deje de serlo. Pero vayamos por partes.
La definición lleva implícito algo que puede parece evidente, pero que muchas veces olvidamos, y es que el divulgador comunica a la sociedad la Historia, por tanto, el comunicador no necesariamente debe ser historiador, sino fundamentalmente, saber comunicar. Y aquí es donde está el meollo de la cuestión, porque en la raíz de la divulgación se crea una necesidad de entendimiento previa, el acuerdo entre el divulgador y la propia fuente a divulgar. No parece demasiado complicado, ¿verdad? Podría pensarse que es así, pero a la vista está que se han creado varios problemas en este flujo de comunicación, envenenandose tanto la fuente, el emisor como el receptor. Por este motivo sería conveniente preguntarse lo siguiente:
-¿a qué fuentes debe recurrir el divulgador? ¿existe una fuente única y unívoca donde el divulgador pueda acudir para elaborar su proyecto divulgativo?
-¿de qué modo podemos discernir entre divulgadores y difamadores?
-¿está el público dispuesto a aceptar una divulgación de calidad?
Y es que probablemente deberíamos empezar por una pregunta básica que rara vez nos hacemos, ¿es demandada por la sociedad una divulgación histórica? ¿quién demanda la divulgación? ¿qué objetivo tiene la divulgación? Pues pasemos a contestar, en primer lugar estas tres preguntas.
Existe una verdad a medias que de tantas veces repetirla se ha acabo convirtiendo en dogma de fé: para conocer nuestro presente es innegable que debemos conocer nuestro pasado. Este paradigma se ha convertido en un mantra repetido por muchos como azote del desconocimiento de la Historia, urgiendo así al burgo a sumergirse en la Historia de forma irremediable, porque sin conocerla nadaremos como peces desmemoriados en los devenires de nuestra sociedad. Tal vez, llegados a este punto deberíamos hacernos una pregunta aun más sencilla, pero no por ello, más fácil de contestar: ¿qué es la Historia? He ahí la cuestión, como diría Shakespeare.
Podríamos acudir de nuevo a la RAE, pero probablemente esto nos plantee más cuestiones que soluciones. Atención a las primeras acepciones: «Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados» y «Disciplina que estudia y narra cronológicamente los acontecimientos pasados«. Lo cierto es que ambas acepciones son un total y absoluto despropósito, y nos llevan aun más al desconcierto: ¿dignos de memoria?, en serio, ¿dignos? ¿quién le da dignidad a los acontecimientos? ¿narrar cronológicamente los acontecimientos? ¿son los historiadores meros cronistas?
Llegados a este punto, parece necesario e imprescindible hacer entender qué es la Historia y cuál es el trabajo del historiador, y no es que vayamos a innovar desde este modesto blog un fabuloso estudio en este sentido, sino que ya existe una corriente dentro de la Historia que se ha ocupado de esto durante décadas: la historiografía. La historiografía aborda la producción histórica, el trabajo realizado por historiadores durante siglos, el modo en el que la Historia ha sido elaborada, ha evolucionando, cómo se han interpretado los acontecimientos o cómo ha sido analizada nuestra evolución histórica desde sus inicios. La interpretación de los acontecimientos, la selección de los mismos tiene detrás muchos elementos motivadores para el historiador: sus postulados historiográficos, la motivación que subyace en la elaboración del relato histórico y el acceso a las fuentes donde se fundamentará dicho relato. Como se podrá entender, la producción del historiador está sujeta a multitud de motivaciones, y lo que resulta fundamental, a continuas revisiones en función de la aparición de nuevas fuentes, nuevas investigaciones que ponen en cuestión las tesis iniciales y la aparición o revisión de las escuelas historiográficas tradicionales. Y así volvemos a la pregunta inicial, ¿qué es la Historia? Podríamos decir que es una disciplina que trata de formular una interpretación de las distintas estructuras que forman nuestra sociedad. Dichas interpretaciones se realizan y analizan por la historiografía, puesto que dichas formulaciones, las interpretaciones históricas, en muchos casos vienen motivadas no sólo por el afán de conocimiento y comunicar, sino por confeccionar un relato histórico con finalidad política. Probablemente el ejemplo más claro de visualizar sea la interpretación que parte del materialismo histórico, formulando una explicación de la Historia para apuntalar la crítica al capitalismo. Gracias a la historiografía y la propia evolución de esta podemos tener un sentido crítico que nos permita interpretar, no los acontecimientos históricos, sino las interpretaciones que se hacen de estos. ¿Verdad qua ahora resulta algo más complicado aceptar el dogma que apuntábamos al inicio? ¿Estaríamos ahora dispuestos a aceptar cualquier relato histórico para comprender nuestro presente?
Por este motivo resulta fundamental, primordial, formar al demandante de la divulgación histórica en la historiografía, el modo en el cual se construye la Historia. Sólo proporcionando una perspectiva crítica, explicando a la sociedad cómo se construye el relato histórico podemos llegar a una divulgación de calidad. Este enorme esfuerzo divulgativo, no tan agradable como hablar del sexo en la antigüedad o «los tesoros» más lujosos descubiertos a lo largo de la historia, tendría un doble camino enriquecedor: proporcionar al divulgador un criterio mucho más amplio a la hora de seleccionar sus fuentes y una recepción crítica del gran público, que le permitirá identificar la divulgación de calidad, sin necesidad de que le digan explícitamente que lo es.
Ahora si, podríamos volver a las preguntas iniciales:
¿A qué fuentes debe recurrir el divulgador? ¿existe una fuente única y unívoca donde el divulgador pueda acudir para elaborar su proyecto divulgativo? No, la Historia no es una ciencia exacta que ofrece una fuente única y unívoca. El divulgador, mediante el conocimiento de la historiografía y del sentido crítico que aporta esta, podrá discernir, ofreciendo una divulgación basada en fuentes de calidad, fundamental para ofrecer una divulgación de calidad.
¿De qué modo podemos discernir entre divulgadores y difamadores? Formando al divulgador y al público en el proceso de elaboración histórico, para que sepa discernir entre divulgación de calidad, no a golpe de hastag. Por supuesto el esfuerzo creativo para hacer llegar esta base a la sociedad es increíblemente complicado, pero mientras no se realice una formación en este sentido no se podrá exigir a la sociedad que sea crítica con aquello que llega desde la divulgación.
¿Está el público dispuesto a aceptar una divulgación de calidad? Una vez se realice este ejercicio de divulgación básico será el propio público el que exigirá esta calidad, quedando en evidencia la divulgación difamatoria.
En ocasiones un ejemplo puede ser mucho más gráfico que cientos de palabras, y esto lo podemos ver en la divulgación científica a lo largo de la década de los 70, 80 y 90 del siglo pasado. Y esta revolución divulgativa nace de la mano de Carl Sagan y su serie documental Cosmos. Nos puede chocar enormemente que en la actualidad, en los albores del s. XXI, tengan cabida el terraplanismo o la pervivencia de teorías creacionistas. Esto solo es explicable de una forma: el retroceso de las fuentes divulgativas de calidad frente a los torrentes de información que no exigen a la sociedad un espíritu crítico. El éxito de Carl Sagan con Cosmos fue muy claro, y radicó en la creación de una serie documental donde nos llevaba desde la molécula más pequeña hasta el más grande de los sistemas galácticos. Pero, ¿de qué modo lo hacía? Relatando en todo momento cómo el Ser Humano había podido llegar a concebir todas y cada una de las cosas que se explicaban en la serie. No relataba acontecimientos abstractos que podría parecer que han surgido de la nada ante la atónita mirada de un primate. No. Explicaba el método científico, cómo la ciencia se formulaba estas preguntas y cómo se había llegado a esa conclusión. Este sentido crítico, inherente y explícito en cada una de sus explicaciones proporcionaron al púbico la suficiente capacidad como para poder reírse de alguien que pone sobre la mesa la posibilidad de vivir en un planeta plano.
En el terreno de la divulgación histórica, lamentablemente, no hemos tenido un Carl Sagan. Hemos querido correr antes que andar, y nos hemos perdido en la inmediatez de querer ofrecer pinceladas de la Historia sin crear previamente un carácter crítico en el público, por lo que poco sentido tiene exigir su atención con un hastag o una etiqueta donde diga que lo nuestro es divulgación de calidad y aquello de más allá no lo es. Soy consciente de la dificultad que puede entrañar acompañar la divulgación de un respaldo científico y que todo ello vaya en acorde a los modos de comunicación actuales. La inmediatez, la brevedad, el consumo rápido se ha impuesto, pero desde la divulgación científica, y en concreto la histórica, no deberíamos nunca de fomentar la posibilidad de que el espectador pueda acceder a la trastienda de la Historia.